Un hombre duerme tirado en la acera de una calle londinense. Es de día, la vía está transitada. La gente camina con prisa, maletines en mano, seguramente a sus puestos de trabajo. También hay un predicador que grita intentando convertir a los caminantes a su religión. El ímpetu de su tono y palabras despierta a la persona sin hogar, que acaba increpándole, sin éxito. Se rinde, se levanta y opta por arrancar él también su propio día. Él es el protagonista de Pillueloel debut en la dirección del actor Harris Dickinson, protagonista de El triángulo de la tristeza y niñitay el próximo John Lennon en el biopic de Los Beatles, y cuya ópera prima llega este viernes a las salas.
Su filme ubica los márgenes en el centro del relato a través de la historia de un joven que, cuando un señor trajeado se ofrece a comprarle comida, decide, impulsado por un instinto visceral y que a él mismo le costará comprender; agredirle. Le roba el reloj, pero lo hace desatando una violencia en forma de puñetazos que agravará su condena y, sobre todo, la desconexión tanto consigo mismo como con el sistema. “Es importante querer a tus personajes, incluso cuando tienen comportamientos cuestionables”, explica el cineasta, que proyectó su largometraje en el pasado Festival de San Sebastián tras su paso por el de Cannes.
En este caso, un Mike que pasará por la cárcel y posteriormente tratará de reinsertarse, viviendo en hoteles, buscando trabajo, intentando hacer amigos y redescubriendo su propia sexualidad. “Era importante que Mike fuera alguien con quien pudiéramos conectar y sentirnos identificados, aunque no sea necesariamente cercano a nosotros”, reivindica Harris Dickinson, que encontró en el intérprete Frank Dillane (Teme a los muertos vivientes) a su mejor aliado, pues consigue imprimir en él las dosis de humanidad, contradicción, oscuridad y luminosidad precisas para que, como el cineasta pretendía, genere rechazo y ternura a partes iguales. De ahí a que en Cannes fuera reconocido con el premio Un Certain Regard a Mejor actor, además del premio FIPRESCI.
Las personas sin hogar también se excitan
Dickinson quiso contar esta historia a raíz de su experiencia trabajando en una comunidad local en el este de Londres para personas sin hogar, en 2020. “Me indignaba que el gobierno local, a pesar de los esfuerzos, no estuviera brindando la ayuda adecuada. Había algunas grietas”, reflexiona sobre cómo nació la pulsión de hablar de alguien que “lucha consigo mismo”. “Quería contar las consecuencias de que alguien cometa un crimen como el que se ve en la película”, comenta y, a partir de ahí, seguir su viaje por las distintas instituciones y amigos, “como si fuera una odisea”. Porque en efecto lo es, desde sus problemas para adaptarse a trabajar como ayudante de cocina de un restaurante, hacer amigas, dejar el alcohol y conseguir tener una erección para poder masturbarse.
“Me interesaba saber qué significa redescubrir la sexualidad, porque la realidad es que muchas personas en ese contexto, ya sea por su alta dependencia a las drogas o estar pasando por una situación muy difícil, no necesariamente están en contacto con su sexualidad”, reflexiona Dickinson. Por ello optó mostrar a Mike “al salir de prisión, reintegrarse al mundo, enfrentarse de nuevo a la vanidad, a los espejos, al sexo opuesto y ver qué significa eso, su propio cuerpo y las sensaciones que conlleva”. “Es como redescubrirle poco a poco, sintiéndose incómodo, pero también excitado”, valora.
Medir para no tergiversar
Pilluelo es una película dura, que bebe del cine social de cineastas que Dickinson reconoce como referentes, como Ken Loach, Mike Lee y Sarah Gavron. La obra es dolorosa, cruda y tensa, pero también delicada y luminosa. No hay romantización ni idealización, ni tampoco se excede al recrearse en la miseria corriendo el riesgo de caer en el sentimentalismo ni en un posible y enfermizo paternalismo.
Me indignaba que el gobierno local no brindara la ayuda adecuada a las personas sin hogar
Harris Dickinson
— Actor y director
“El mundo que retratamos está tan lleno de matices que, si terminara la historia solo con esperanza, podría acabar siendo una tergiversación, pero si acabara en tragedia, también”, opina. Siendo consciente de lo “cuidadoso” que debía ser en el desarrollo del largometraje, se centró en que las personas que viven la realidad de Mike “necesitan pasar por la misma lucha una y otra vez, volver a prisión, salir, rehabilitarse, conseguir trabajo, una y otra vez”.
Los hay que sí encuentran “esperanza de encontrar ayuda, una red de apoyo, transformarse y salir adelante”, pero Dickinson es consciente de que “no siempre es así”: “Por eso quise centrarme en la dificultad que supone la realidad que conlleva estar en esta situación, pero sin centrarme en la institución. Para mí nunca se trató de mostrar las deficiencias de la libertad condicional o la reforma penitenciaria”.

El director y actor asegura que no quería “atacarlas” porque las apoya. “Admiro mucho a la gente que trabaja en esos campos”, indica, mencionando a su padre, que es trabajador social. “No quiero que parezca que culpo a nadie de lo que le pasa a Mike, porque también creo que se trata de cómo él reacciona a sí mismo. Y creo que eso, en definitiva, tiene que ver con quienes somos como personas. Somos tan complejos, sensibles y delicados a veces que aunque llevemos millones de años en este planeta, seguimos teniendo esas debilidades en las que recaemos”, ahonda Dickinson al indicar por qué optó porque no hubiera ningún tipo de juicio en el guion.
Lo que sí está presente es la religión, desde la primera a la última escena. La inicial, con el predicador en la calle despertando a la persona sin hogar, la basó en una experiencia que el director presenció en sus propias carnes. “Él tenía un altavoz muy potente y no paraba de hablar, era casi como si pasara de ser una retórica religiosa inocente a algo que parecía una rabia ciega, y es confuso porque la religión se supone que es algo amable, pero sabemos que no lo es”, zanja. Por ello mostró a la persona intentando dormir contraponiéndole con alguien que, a su lado, intenta lo contrario: “informar y convertir”.
El cineasta reconoce que le interesan la “fe y el espiritualismo”, pero que al mismo tiempo no sabe qué significado tienen para él, igual que el hecho de pertenecer o no a una religión. “Quizás muchos de nosotros compartimos esa sensación de confusión hacia la fe en general y sentimos que formamos parte de algo más grande, pero sin saber qué es y sin querer etiquetarlo”, añade.
Hacer una película política sin ser “profeta”
Dickinson comenta que su pulsión por la dirección, aunque iniciara antes su carrera como actor, viene de lejos, cuando de adolescente comenzó a grabar vídeos haciendo patinar. Pese a ser ya un nombre reconocido en la industria, en especial gracias a su papel protagonista en El triángulo de la tristezano lo tuvo fácil a la hora de encontrar financiación para su ópera prima. El intérprete no desistió en conseguirla, dispuesto a sacar adelante esta historia que nació de su necesidad de “involucrarse y movilizarse”. “Creo que mucha gente siente lo mismo, esa frustración ante cosas respecto a las que queremos un cambio, pero no sabemos por dónde empezar”, apunta.

El cineasta tomó como referencia la labor de la organización benéfica londinense llamada Under One Sky, que recorre la ciudad con voluntarios para ayudar a las personas en situaciones vulnerables. Trabajar con ellos le hizo ser consciente de que esa labor era en sí una necesidad.
“Estamos en un punto muy incierto en cuanto a la confianza de las personas, porque la hemos perdido en la jerarquía y los políticos”, lamenta al tiempo que señala que, precisamente por ello, considera que la “oportunidad de cambio” está en lo “comunitario, los esfuerzos locales, la comprensión y la empatía a escala global”. “La película no pretende imponer un mensaje, pero sin duda es política y espero que inspire la conversación. Pero sí, no pretendo tener las respuestas. No intento ser una especie de profeta que dé con la solución”, concluye.











