En medio de ese escepticismo que ha rodeado su llegada, fundamentalmente por el desconocimiento mayoritario de su figura, a Rubén Sellés no le tembló la mano y revolucionó el once para dejarlo a su gusto. En su debut, el entrenador valenciano corrigió la injusticia de la portería y resituó a Adri Rodríguez en el lugar de donde nunca había merecido salir, le dio la titularidad a Aguirregabiria en una línea de cuatro junto a Insua, Radovanovic (que se lesionó) y Pomares, incustró a Tachi por delante de la defensa al lado de Francho, metió en las alas a Valery a pierna cambiada y a Cuenca en su lugar natural, con Guti entre medias. Soberón fue el elegido en punta entre el resto de la baraja, amplia en nombres pero reducida en jugadores con veneno en sus botas.
La puesta en escena del Real Zaragoza de Sellés fue buena durante la primera parte: estuvo muy serio, bien ordenado y posicionalmente estructurado con mucho criterio. Había un plan de partido con sentido. El equipo fue también capaz de juntar pases y generar acciones ofensivas alrededor del balón, con triangulaciones de mérito y verticalidad. Estaba siendo mejor que el Sporting. Sin embargo, un tremendo despiste colectivo en un córner en el minuto 24 marchitó los brotes verdes que el Zaragoza había enseñado. Bastó una pantalla para liberar a Otero y que rematara solo de cabeza. Guti llegó tarde a evitar el remate. Fue la sentencia y una premonición.
El Zaragoza había hecho un buen trabajo y continuó haciéndolo durante la eterna primera mitad, aunque en el área rival volvió a mostrarse muy ofuscado. Antes del descanso, Soberón marcó pero el colegiado anuló el gol por una falta previa algo discutible. Dubasin ya había sido expulsado por un codazo, abriendo una ventana de oportunidad para la reanudación: once contra diez.
En superioridad, el Zaragoza estuvo mucho peor que en igualdad. No interpretó bien el juego, cayó en la trampa del Sporting, que interrumpió el partido cada dos por tres con la permisividad de Cid Camacho y mostró sus vergüenzas: no tuvo ideas ante un rival encerrado y cuando llegó a tres cuartos se le hizo de noche. Quedaron de manifiesto las grandes carencias del equipo en la creación en el centro del campo. Le faltó meter a Toni Moya, la única solución que tenía en el banquillo. La entrada de Dani Gómez, Sebas Moyano y Pau Sans tampoco aportó nada. Ni la posterior de Kodro. El apelotonamiento de atacantes no dio frutos.
El Zaragoza sacó dieciséis saques de esquina, pero no gozó de oportunidades claras ante un enemigo diezmado. Todo fue en balde. El equipo volvió a perder. Un solo despiste le penalizó con la derrota. Bastó eso para regresar de vacío. La mejoría en el juego durante importantes fases del encuentro, al inicio sobre todo, chocó contra el muro de la impotencia de toda la Liga: la plantilla no tiene ningún perfil creativo en el medio, por lo que el fútbol se ensucia donde debe limpiarse, y la falta de calidad y lucidez en tres cuartos y ante el gol de los delanteros es enorme. Por esa vía se está marchitando la temporada de manera cada vez más alarmante y peligrosa.














