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Franquismo, dimisión

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Con nuestra historia negada, manipulada o aceptada de manera pazguata, ¿cuánto de franquismo queda, cuánto franquismo sigue corriendo por el sistema circulatorio mayor y menor de nuestra democracia?

Opinión – Los cocineros de la corte

Desde la zona cero del franquismo actual, hábilmente disfrazado con vestiduras democráticas, pongamos que en Madrid, se ha afirmado con recochineo que el dictador Francisco Franco murió en la cama: tenía razón la que lo dijo. Era un debate/combate sobre la declaración de Lugar de la Memoria Democrática a la antigua sede de la Dirección General de Seguridad, hoy sede de la Presidencia del Gobierno de Madrid, sede central del aparato torturador de aquel desdichado régimen.

En realidad, ahora que se festejan los 50 años del fallecimiento del dictador y tirano, si no hubiera muerto seguiría vivo, que diría Mariano Rajoy, y con él aquel régimen. Quizá no ya tanto porque Franco tuviera muchas fuerzas sino porque el franquismo había superado a su autor y la oposición apenas pasaba de unos pocos valerosos resistentes, sobre todo sindicalistas, periféricos, comunistas y, singularmente, CCOO.

De aquellos años últimos de la convalecencia del caudillo y hasta que se aprobó la Constitución apenas se habla, sin embargo, el panorama en absoluto fue idílico sino más bien de violencia en todos los sentidos y de una resistencia, con las excepciones señaladas, amable y posibilista. La operación desde dentro del franquismo fue mucho más poderosa que la de los demócratas y de la primera se puede decir que estaba sabiamente dirigida desde el exterior, temerosos de que al final el pueblo decidiera imponerse.

En 1976, se celebró un referéndum con las leyes de entonces para la llamada reforma política y, luego, con las mismas herramientas, la ley entró vigor. Una ley de la que los arquitectos del nuevo régimen se encargaron en recalcar su carácter fundamental

En realidad, los antidemócratas siempre temen al pueblo, por eso son tan crueles y criminales contra todo lo que suene a democracia. En aquellos años, los mandarines decidieron, sin embargo, porque necesitaban integrarse en el mundo que nos rodea, que algo, un poco de democracia tenía que haber, como concedieron los contrarrevolucionarios franceses en 1814.

Inmediatamente después de finar el cuerpo mortal, el rey juró los Principios del Movimiento del cuerpo vivo y, no es curiosidad, se apresuró a conceder agradecido un ducado y un señorío a los familiares del autócrata. En 1976, se celebró un referéndum con las leyes de entonces para la llamada reforma política y, luego, con las mismas herramientas, la ley entró vigor. Una ley de la que los arquitectos del nuevo régimen se encargaron de recalcar su carácter fundamental, es decir, orgánico de aquella aún democracia orgánica.

En aquella ley, que algunos se resisten en no reconocer fundamental para lo que luego vino y que se consuelan creyéndose constituyentes, ya venía el rey, la monarquía, con un lacito. Toda la oposición al franquismo acabó aceptándola y con ella, sus consecuencias. Ese fue el gran momento constituyente del nuevo régimen, el del 77, que el del 78 afinó lo que pudo, siempre con muchos de sus protagonistas gravemente amenazados, mano militar.

Ya se estaba trabajando con la Iglesia, los llamados concordatos, y con los jueces, que pasaron de un día para otro del Tribunal de Orden Público a la Audiencia Nacional, como pocos años antes, el primero había sucedido al Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. El régimen mismo se dio cuenta de que con ese nombre no se podía uno presentar en ninguna parte, pero eran los mismos.

Hemos llegado a 2025 festejando cosas pero, al mismo tiempo, institucionalmente acobardados ante el reto de afrontar una segunda Transición, ya podríamos ir por la tercera

Según Justicia Democrática, único semillero de democracia judicial en aquellos tiempos, solo un 20% entre jueces, fiscales y secretarios judiciales se podían considerar demócratas. Como solo una corajuda minoría de militares, la UMD, podía considerarse demócrata en la milicia de Franco (qué envidia nos daban los militares de Portugal). Por supuesto que fueron excluidos de aquella amnistía transicionaria, también glorificada, que más bien fue una ley de punto final para las atrocidades del franquismo. En la prensa del Movimiento se produjo un milagroso proceso de conversión/adaptación a la democracia de sus cabecillas que aún persiste y dan clases de libertad de expresión y opinión en foros y mentideros suavones.

Y así podríamos seguir. Hemos llegado a 2025 festejando cosas pero, al mismo tiempo, institucionalmente acobardados ante el reto de afrontar una segunda Transición, ya podríamos ir por la tercera. La sola mención de tal posibilidad ya produce escalofríos ante la reacción de los poderes profundos cada día menos ocultos y la partitocracia domeñada. Quizá porque en esta democracia continuista, la Transición está tan bien atada como el franquismo lo estuvo.

La pregunta es, con nuestra historia negada, manipulada o aceptada de manera pazguata, ¿cuánto de franquismo queda? No en un número demoscópico sino en las instituciones, pero sobre todo ¿cuánto franquismo sigue corriendo por el sistema circulatorio mayor y menor de nuestra democracia? Por eso, el Gobierno además de festejar debería proponer un tratamiento no privatizado de choque para mejorar un sistema que tiene mucho trombo del pasado.

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