A priori, un libro que se titule Las dos Españas (Espasa, 2025) puede parecer nada apetitoso a espíritus poco interesados en el análisis, a veces obsesivo, de algunos hispanistas respecto a los acontecimientos de la guerra civil española, sin duda una de las grandes tragedias de nuestra historia. Sin embargo, el título lleva una gran carga de fondo y la lectura de este ameno ensayo, con autoría del historiador británico afincado en Barcelona Henry Kamen (Rangún, 1936), resulta cuanto menos sorpresiva por el gran afán desmitificador que tiene.
No solo respecto al mito de las dos Españas inmortalizadas en el poema de Machado (“Españolito que vienes al mundo, / te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”), mito cuyo nacimiento Kamen sitúa ya en el XVI, en pleno Siglo de Oro —otro mito según este historiador, pues fue un siglo que, aunque glorioso en lo artístico, resultó desastroso en lo económico, en lo social y en materia de enfermedades y epidemias—, si no también al afán desmitificador respecto al concepto historiográfico de España que tenemos los nativos y residentes en este país.
“El libro quiere ser una invitación a quien lo lea a no conformarse con una cierta historia supuestamente oficial y muy asentada, e investigar algo más lo qué pasaba en España en las distintas épocas”, explica Kamen en una conversación con elDiario.es a través de videoconferencia, que él pide que se realice en catalán para “ayudar a desmitificar un poco la presencia omnímoda del castellano en nuestra sociedad”. Kamen se maneja perfectamente en este idioma, en castellano y lógicamente en inglés.
La España mítica frente a la España real y viva
Como se ha dicho y según cuenta Kamen, el binarismo dialéctico entre las dos Españas, la pura, esencial y verdadera y la creada por elementos extranjeros y los enemigos de España, la a veces llamada anti-España, se inicia en pleno siglo XVI, en el debate entre intelectuales, y es un “conmigo o contra mí” que nace de las discusiones sobre temas como las campañas militares en Países Bajos, el coste del Imperio de ultramar o incluso el papel de la Inquisición en la guarda de las esencias católicas de la nación.

A este respecto, explica Kamen que “los peores enemigos de la Inquisición eran los propios españoles, como se ve a través de sus escritos, de sus pensamientos y sus actitudes”. Tampoco las campañas, por algunos hoy en día tildadas de gloriosas, del duque de Alba en Países Bajos y Portugal fueron cantadas y loadas en su tiempo, más bien todo lo contrario: tuvieron muchos críticos, incluso dentro de la comunidad española en Flandes. “Las guerras en Países Bajos son uno de los temas de debate más agrios y encendidos entre intelectuales de aquellos tiempos”, desvela el historiador.
“Si hay dos Españas, una es la mítica y, después, la otra es la real, que necesita de los historiadores para explicar que son muchas Españas y que es muy complejo de explicarla con cuatro definiciones, que es lo que muchos intelectuales han intentado reiteradamente hacer a lo largo de los siglos”, reflexiona Kamen. “El problema es que nos empujan continuamente al mito de las dos Españas: la España buena para unos —un mito que coincide con la una, grande y libre— y la España de los demás, los enemigos que no reconocen la grandeza de España, que es otro mito”, prosigue. “Pero hay muchas otras Españas que no coinciden con estos mitos y, desde mi punto de vista como historiador, opino que estas se han dejado de estudiar intencionadamente en favor de un discurso intelectual simplificador”, concluye.
La mitificadora Generación del 98
Kamen cita en el libro a Unamuno, Menéndez Pidal u Ortega y Gasset no precisamente por sus aportaciones de valor, que reconoce que las tuvieron, sino como perpetuadores interesados del mito de las dos Españas, de nuevo la pura, esencialista y espiritualmente superior al resto de naciones del mundo y la anti-España pergeñada por agentes extranjeros. Apunta a discursos como el del famoso “¡Que inventen ellos!” de Unamuno, en el que el pensador vasco se quejaba del odio que, según él, otras naciones le profesaban a España y que, también según él, era debido a la superioridad de España. El “¡Que inventen ellos!” era una forma de decir que, por mucho que progresen las demás naciones, jamás podrían equipararse con España, que debía seguir centrada en su camino espiritual.
El problema es que nos empujan continuamente al mito de las dos Españas: la España buena para unos —un mito que coincide con la una, grande y libre— y la España de los demás, los enemigos que no reconocen la grandeza de España y que es otro mito
Aunque Kamen reconoce que este y otros escritos se producen en un momento de dolor por la pérdida de Cuba y la consciencia de la irrelevancia internacional del país a las puertas del siglo XX, reprocha a aquellos intelectuales la falta de fundamento histórico de su discurso. Cree que “se basaban solo en el mito, sin profundizar en el abundante material que desmiente su visión”. A Unamuno, de quien dice que “fue más inteligente que intelectual”, le reprocha “una manera de intentar explicar cómo un país puede fallar históricamente cuando realmente para él es el mejor país del mundo, el más perfecto del mundo, algo que los demás no reconocen”.
Unamuno pensaba que había una sola España, la suya, y los que no pensaban como él no eran de España, eran enemigos de España y culpables de todos los defectos de España
“Unamuno pensaba que había una sola España, la suya, y los que no pensaban como él no eran de España, eran enemigos de España y culpables de todos los defectos de España”, insiste Kamen que, no obstante matiza: “Respeto cualquier visión de España que se quiera tener, incluso la del franquismo y sus descendientes o los nostálgicos del imperio, pero pido que todas estas opiniones sean elaboradas en base a la investigación histórica, que es algo que en España se hace muy poco (se entiende que por parte de los políticos)”. “Unamuno y su generación fueron unos completos ignorantes de la historia de España”, concluye. Y añade que “durante todos los años que Franco rigió los destinos de España, esta no dio un solo historiador de relevancia”.
Los altos costes del Imperio de ultramar
De este modo tal vez se descubriría, como explica Kamen en Las dos Españasque la cuota de castellanos en los famosos tercios de Flandes fue minoritaria, es decir que el Capitán Alatriste no es en absoluto representativo del soldado medio español del siglo XVI, donde predominaban los alemanes, los italianos y gente de otras naciones en régimen de mercenarios. También que el Imperio no hizo rica a España, sino que más bien terminó por arruinarla a la par que las demás naciones europeas sí se enriquecieron con él.
“Hay una cosa que Trump tiene claro respecto de Estados Unidos que España no la tuvo nunca, y es que un imperio debe crear riqueza a aquellos que lo crearon, no a aquellos a quienes se encarga su mantenimiento”, señala Kamen, que apunta que “mantener el imperio le resultó terriblemente caro a España, que gastó toda su fortuna en tal tarea”. España extraía de América las materias primas y después buques franceses, ingleses, alemanes, holandeses o portugueses las embarcaban, distribuían y vendían, quedándose con el grueso del beneficio.
Hay una cosa que Trump tiene claro respecto de Estados Unidos que España no la tuvo nunca, y es que un imperio debe crear riqueza a aquellos que lo crearon, no a aquellos a quienes se encarga su mantenimiento
En cuanto a la plata del Potosí, según cuenta el autor, la mayoría fue a parar a las campañas militares en Europa, sin apenas pisar suelo español, puesto que se compraban víveres y armamento al resto de naciones europeas. En el libro cita numerosos ejemplos del desagrado que el imperio producía en muchos españoles, que jamás vieron ninguna mejora económica ni estructural para el país. Al contrario, es a partir del siglo XVI que comienza su vaciamiento, en dirección a América, a las campañas del duque de Alba o hacia las ciudades.
Católica, que es uniformemente castellana.
Las dos Españas busca, en palabras de Kamen, “dar una referencia de la bullente complejidad y diversidad española y su gran creatividad, que son cosas que no se reflejan en la visión general más extendida”. Apunta en el libro cosas como que la presencia española en el resto de Europa a lo largo de los siglos fue importante –cita a Vives, a Servet a Fadrique Furiol y otros–; también que el mito de la España ferviente y católica es solo eso: un mito.
Los españoles siempre han sido muy católicos en sus manifestaciones culturales, pero en el fuero interno lo han sido mucho menos
“Los españoles siempre han sido muy católicos en sus manifestaciones culturales, pero en el fuero interno lo han sido mucho menos, tal como demuestra numeroso material historiográfico sobre la pobre presencia de la Iglesia en muchas zonas a lo largo de la historia, o sobre la asistencia regular a misa”, aclara. Tampoco el peso de la Inquisición en la vida cotidiana era tal, y depende en qué zonas –la mayor parte del país en realidad– era casi anecdótico. El propio Felipe II, a quien se tilda con frecuencia de fanático religioso, vio unos pocos autos de fe en su vida, forzado por el protocolo y evitando siempre presenciar las ejecuciones.
E incluso cita Kamen el España es diferente que acuñó el ministerio de Turismo de Fraga en la década de los 60 del siglo pasado. “No es tan diferente como siempre se ha querido vender, pero sí lo fue en algunos aspectos, porque tuvo la virtud de evitar entrar en dos guerras mundiales, lo que indica curiosamente una visión de tolerancia global y muy internacionalista, justo lo contrario a lo que predica el mito”, explica el historiador.
No me gusta demasiado el concepto de Estado español, prefiero hablar de España, de la real, diversa y compleja, y luchar porque en las escuelas se pase a enseñar la verdadera historia de un país que no solo habla y piensa en castellano
Finalmente, preguntado por esas dos Españas interiores, la central y castellana y las periféricas, en algunos casos con una fuerte entidad nacional propia, Kamen asume que ese problema histórico existe desde la llegada de la Nueva Planta de Felipe V y su imposición de la visión castellana de España, pero cree que la mejor manera de combatirla es a través de la educación de las futuras generaciones, para convertir la famosa “conllevancia” orteguiana en “comunión”. “No me gusta demasiado el concepto de Estado español”, dice. “Prefiero hablar de España, de la real, diversa y compleja, y luchar porque en las escuelas haya un cambio en el discurso y se pase a enseñar la verdadera historia de una España que no solo habla y piensa en castellano”, remacha para concluir.















