Por fin, suenen pífanos, bombos y platillos, que el domingo traían los periódicos una noticia que levanta el ánimo y nos devuelve la color al rostro, ay, tan macilento que lucíamos como resultado de las miserias que nos acongojan. Esto decían papeles y digitales: “Cientos de miles de manifestantes toman las ciudades de Estados Unidos para protestar por la deriva autoritaria de Trump”. Bueno, se dice uno a sí mismo un punto satisfecho, parece que algo se mueve y el monstruo naranja va a tener que andar con algo más de cuidado. La respuesta de Trump, un video hecho con inteligencia artificial en el que él mismo, autocoronado rey, lanza toneladas de mierda –tal cual- sobre los manifestantes. En Los New York TimesM. Gessen lo ve con nitidez: “El presidente Trump está rehaciendo el país a su imagen: tosco, duro, innecesariamente cruel”.
Ocurre que como es lógico, a nosotros nos interesa más el Trump que ha irrumpido en la política internacional como un burro desbocado. ¡Hay tantas y tantas brutalidades que citar en tan poco tiempo de mando en la Casa Blanca! Tomemos Venezuela y la ejecución porque sí, porque a él se le antoja, de tripulantes de lanchas que vaya usted a saber si son narcotraficantes o pescadores de corvina, camarón o payara, que ninguna prueba han aportado los sanguinarios militares estadounidenses del grado de delincuencia de los abatidos. Por no hablar de la autorización a la CIA de practicar misiones clandestinas en el interior del país sudamericano. Y ahora, además, Colombia, que el señorito ha decidido llamar narcotraficante a su presidente Gustavo Petro y amenazarle con penas sin cuento como un matón de barra de bar. ¿Otra vez la muerte, los asesinatos, la desestabilización en son patio trasero de regímenes que no gustan al tío Sam? ¿Arbenz y Guatemala? ¿Cuba y bahía Cochinos? ¿Nicaragua de Somoza, Chile de Pinochet, Argentina de Videla? Qué vergüenza, qué tipos salvajes, esa terrible vuelta a tiempos negros como el carbón que ya creíamos olvidados.