Siempre es difícil estar seguro con las declaraciones de Donald Trump. Puede cambiar de opinión en cuestión de unos pocos días. La reaparición de los miembros del ala militar de Hamás en las calles de Gaza y las imágenes de los asesinatos de presuntos miembros de las milicias armadas por Israel han provocado comentarios muy diferentes del presidente de Estados Unidos.
Contra lo que esperaba el Gobierno israelí, Trump comenzó restando importancia a esas ejecuciones, luego dijo lo contrario y finalmente volvió a la posición de partida. Se diría que su objetivo es que nada ponga en peligro la aplicación del plan de paz que lleva su nombre. Su segunda fase, que aún no ha empezado, incluye la entrega del poder en Gaza por Hamás, que nadie sabe cómo se llevará a cabo.
“Eliminaron a un par de bandas que eran muy malas”, dijo Trump el 14 de octubre. “Eso no me molestó mucho, si quiere que le diga la verdad. Está bien. Eran un par de bandas muy malas”. En la misma rueda de prensa, utilizó un tono más duro: “Hemos dicho a Hamás que queremos que entreguen las armas. Y se desarmarán. Y si no lo hacen, les desarmaremos. Y ocurrirá muy rápidamente y quizá de forma violenta”.
Dos días después, repitió el mensaje. A los pocos días, dos soldados israelíes murieron en lo que su Ejército definió como un ataque de Hamás al que respondió con bombardeos que mataron a decenas de civiles palestinos. Fuentes del grupo afirmaron que un bulldozer que estaba echando abajo un edificio había pasado por encima de un artefacto explosivo que no había estallado. Trump no lo vio claro. Afirmó que quizá “el liderazgo” del grupo no estaba implicado y que el ataque podía haber sido obra de “elementos rebeldes”.
Con casi toda su cúpula militar y política diezmada, Hamás se ha dado prisa en volver a mostrar su autoridad en las calles de Gaza después del inicio del alto el fuego. En primer lugar, fueron miembros armados con fusiles aunque vestidos de paisano los que se situaron en lugares concurridos. Después aparecieron otros mejor pertrechados y con la cara oculta los que se situaron en las zonas por donde llegaban los primeros convoyes con comida y medicamentos para impedir que fueran saqueados.
Muy pronto, llegó la violencia. Hamás empezó a ajustar cuentas con sus enemigos a los que acusa de haber colaborado con el Ejército israelí. No hizo ningún esfuerzo por cumplir la ley de Gaza. No detuvo a los presuntos colaboracionistas, sino que los cazó a tiros.
Un vídeo rodado en Ciudad de Gaza el 13 de octubre muestra a un grupo de siete personas de rodillas y con las manos atadas antes de que sean eliminados por encapuchados armados con fusiles. Sus ejecutores los presentan como “colaboradores del Ejército israelí”.
En otro vídeo en un lugar no identificado, la escena se repite. El jefe del grupo lanza un mensaje contra los responsables de esas milicias que en su mayor parte operan en zonas ocupadas por el Ejército. Nombra a Yasser Abu Shabab, Rami Hilles y Ahmad Jundiyya.
El primero es el más conocido. Dirige un grupo en Rafah, en el sur de Gaza, que ha sido financiado y armado por Israel. Ha llegado a publicar un artículo en la sección de opinión de El diario de Wall Streetaunque probablemente no lo escribió él, porque fue enviado al periódico por una empresa proisraelí de relaciones públicas. Con un pasado de delincuencia, Abu Shabab estaba encarcelado por robo cuando comenzó la guerra y logró escapar cuando Israel bombardeó la prisión. Pertenece a un clan beduino y se dedicó a robar la ayuda humanitaria que llegaba en camiones antes de que el Ejército israelí comenzara a darle protección en Rafah.
El enfrentamiento más grave se produjo cuando cerca de 300 miembros armados de Hamás atacaron un edificio en el que se escondían los integrantes del clan familiar de Dogmush, adversario de Hamás desde al menos 2007 cuando ese grupo colaboró con la fracasada insurrección armada de Fatah. Cincuenta personas murieron en los combates, de los que doce pertenecían al grupo fundamentalista.
Cualquier situación de vacío de poder es aprovechada por aquellos que cuentan con armas. “Cuando tienes ante ti la destrucción total de una sociedad, aquellos que mantienen algún tipo de monopolio de la violencia son los que gobiernan. Hamás ha sido de lejos el grupo que ha tenido más éxito en desplegar una fuerza armada y mantener la violencia bajo control”, dijo a el guardián H.A. Hellyer, experto en estudios estratégicos en el Royal United Services Institute de Londres.
Israel ha conseguido eliminar a la mayoría de los dirigentes de Hamás y de los jefes de las brigadas regionales. Yahya Sinwar, el arquitecto del ataque del 7 de octubre. Su hermano Mohamed que lo sustituyó. Ismail Haniyeh en un ataque en Teherán. Mohamed Deif, jefe de su ala militar. Su portavoz, Abu Obeida. Pero la estructura del grupo ha resistido todos estos golpes y no le faltan voluntarios para completar sus filas. Continúa formando parte del tejido social y político de Gaza por mucho que su reputación se haya visto afectada por la brutal respuesta israelí.
En una encuesta realizada por un centro de estudios palestino en mayo de este año, el apoyo al asalto del 7 de octubre se había reducido en Gaza al 37% (era del 57% en diciembre de 2023). Un 58% afirmaba que no había sido una decisión correcta. El pesimismo se apreciaba en otras preguntas. Un 23% pensaba que Hamás saldría victorioso del conflicto, un 29% apuntaba a Israel y un 46% decía que ninguno. Hamás conservaba el apoyo del 37% de los encuestados, favorecido por el desprestigio de la Autoridad Palestina y de Fatah que se quedaba en un 25%. Un 23% respondía que estaba a favor de otras opciones.
Hamás ha dejado claro que no tiene intención de entregar las armas, que es uno de los veinte puntos del “plan de paz” impuesto por Trump. El veto de Netanyahu a cualquier implantación de las fuerzas de la Autoridad Palestina en Gaza favorece en la práctica que Hamás pueda recuperar el control. El acuerdo contempla el despliegue de una fuerza internacional, presumiblemente formada por países árabes, pero está por ver que acepten una situación en la que podrían terminar haciendo el trabajo sucio de los israelíes y arrebatando a Hamás su armamento.
Hamás y Yihad Islámica han aceptado la formación de un “comité tecnocrático” que dirija el Gobierno de Gaza, como aparece en el plan de Trump. El Gobierno egipcio anunció que los quince miembros de ese comité ya han sido elegidos y que cuentan con el visto bueno de Israel y Hamás. “Entregaremos las responsabilidades administrativas en Gaza, incluida la seguridad, al comité de gobierno”, ha dicho Khalil al-Hayya, uno de los principales dirigentes de Hamás. “No nos oponemos a que una figura nacional que viva en Gaza gobierne la Franja”.
Si bien estas declaraciones indican que Hamás parece dispuesta a ocupar un lugar secundario en el futuro Gobierno de Gaza, hay una condición que es difícil que acepten Israel o EEUU. Los 17.000 miembros de la policía de Gaza seguirán en sus puestos. “Si haces con la Policía de Gaza lo mismo que Paul Bremer hizo en Irak –disolver al Ejército–, obtendrás el mismo resultado, el caos”, advirtió otro dirigente del grupo, Mousa Abu Marzouk.
El Programa Mundial de Alimentos de la ONU confirmó el 22 de octubre que ninguno de sus convoyes de alimentos ha sido asaltado desde el inicio del alto el fuego en las zonas que Hamás ha vuelto a controlar. Su mayor problema en ese momento es que Israel solo había permitido entrar a 750 toneladas de ayuda cuando sus cálculos precisaban que hubiera necesitado 2.000 toneladas para realizar su labor.

Lo que en el plan norteamericano se llama “Fuerza Internacional de Estabilización” continúa siendo una incógnita. Las milicias aliadas de Israel ya han advertido de que no permitirán que haya soldados de Turquía y Qatar. No es una casualidad que sea la misma posición de Netanyahu. Se supone que esa fuerza se responsabilizará de la seguridad de Gaza y de proteger la reconstrucción. Pero su despliegue futuro se limitará al 47% de Gaza, donde están todos los núcleos urbanos, pero no al 53% que aún ocupa Israel más allá de lo que se ha llamado “la línea amarilla”.
“La percepción de que Hamás podría emerger bajo las ruinas puede ser sorprendente a aquellos que pensaban que Israel estaba realizando una campaña dirigida solo contra Hamás en vez de destruir la infraestructura civil”, dijo al Tiempos financieros Ibrahim Dalalsha, director de un centro de estudios políticos en Ramala.
En innumerables ocasiones, Netanyahu ha prometido que la guerra no acabaría hasta la “destrucción completa” de Hamás. En junio de 2004, dijo que una de las tres condiciones irrenunciables era “la destrucción del poder militar de Hamás y de su capacidad de gobernar”. En julio de este año, insistió en que no contemplaba otro desenlace que “la erradicación” del grupo palestino “hasta sus cimientos”. Por la vía de los hechos, Hamás ya ha demostrado que eso no ha ocurrido.















