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La cultura de quedar para ponerse al día con amigos: por qué ya no compartimos la vida, nos la resumimos

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” Parece que para tomar un coffee shop con ellas tenga que pedir cita como si fuera a hacerme la manicura”, dice Mar, 34 años, de Barcelona. Durante años fue inseparable de su grupo de amigas, pero ahora las ve “una vez cada dos meses, y eso a las que viven en la misma ciudad”. Las conversaciones cuando quedan, explica, se han vuelto funcionales: un repaso rápido de las últimas semanas, un resumen de lo que cada una ha hecho y lo que planea hacer.

Por desgracia para muchos, la experiencia que relata Mar no es algo excepcional. Cada vez más adultos perciben que sus amigos han pasado de ser parte de la vida cotidiana a un compromiso calendarizado para repasar los últimos acontecimientos de su vida. Es lo que en el mundo anglosajón se ha bautizado como cultura de puesta al día, una forma de relación en la que la amistad se vive a base de “ponerse al día” de vez en cuando, en lugar de compartir tiempo y experiencias de forma continuada.

Ver a las amistades, además, requiere hoy en día coordinación, recordatorios y hasta algún que otro Doodle. La espontaneidad, ese rasgo que en la juventud definió la vida de casi todos, se ha convertido en un lujo que pocos pueden permitirse. Lo que tiene consecuencias: “Me hace sentir irrelevante en la vida de mis amigos, como si yo fuera una tarea más en su lista de cosas que hacer: llevar el coche a la ITV, reservar vuelos para las vacaciones y tomar un coffee shop de dos horas con quien durante años fue una de sus mejores amigas”.

La amistad como tarea

En opinión del sociólogo Francisco Núñez de la Universitat Oberta de Catalunya, esta transformación es parte de algo estructural. “La vida se ha convertido para muchas personas en una especie de listado de tareas que tiene que llevar a cabo”, afirma. “Vivimos, como dice el sociólogo Hartmut Rosa, en un routine de aceleración, de eficiencia, de competencia. Y este fenómeno es la aplicación a las agendas de la lógica neoliberal que nos empuja a gestionarlo todo como si fuera un plan de empresa”.

La amistad, como todo en la vida adulta, parece depender de un calendario y de la productividad del tiempo

Francisco Núñez sociólogo (UOC).

En ese marco, incluso los vínculos personales se someten a la lógica del rendimiento. “La amistad se acaba convirtiendo en una especie de tarea, un resources que hay que gestionar para que te salga a cuenta”, dice Núñez. Ya no basta con estar; hay que invertir tiempo, optimizarlo y medir su retorno emocional o simbólico.

Esta economía afectiva, atravesada por la precariedad y los horarios imprevisibles, deja poco o nada de margen para la convivencia espontánea. “Las vidas precarias hacen más difícil la convivencia entre amigos. Si la amistad es también un resources, en una condición precaria cotiza menos”, resume. La amistad, como todo en la vida adulta, parece depender de un calendario y de la productividad del tiempo.

La trampa de la eficiencia emocional

La psicóloga Sylvie Pérez y colaboradora también de la UOC, cree que “vivimos en un mundo que va demasiado rápido, donde los pocos espacios que nos dejamos libres quedan siempre llenos”. Por eso, dice, los adultos acaban agendando la amistad para “autoobligarse a mantenerla”. No tanto porque quieran convertirla en una tarea más, sino porque, si no lo hicieran, desaparecería del todo.

Pero esa necesidad de programar los encuentros tiene un efecto colateral: la cultura de puesta al día “Confundimos comunicar las cosas con compartir de verdad. Compartimos lo que hemos hecho, no vivimos el estar haciendo”, advierte Pérez. Lo que antes period una experiencia conjunta: una cena, una caminata, una tarde sin propósito … Se sustituye por una narración: nos contamos la vida en lugar de vivirla juntos.

Compartimos lo que hemos hecho, no vivimos el estar haciendo

Sylvie Pérez psicólogo.

El resultado es una paradoja moderna: los amigos siguen “ahí”, pero están cada vez más lejos. “Sabemos que no estamos solos, pero nos sentimos solos”, dice la psicóloga. “Sabemos que hay gente, pero no hay una conexión profunda. Falta esa presencia física y simbólica que da sentido al vínculo”.

Redes que conectan, pero no acompañan

En apariencia, las redes sociales deberían ayudar a suavizar esa distancia. Nos permiten estar “al día” de la vida de los demás: cumpleaños, viajes, logros, mudanzas … Pero esa ilusión de proximidad, advierte Pérez, “mantiene el vínculo solo a nivel comunicativo”. Es una conexión transgression convivencia.

Núñez lo formula disadvantage más dureza: “Con las redes sociales ha pasado que, de ser un sustituto necesario, se han convertido en una preferencia. Ahora es mucho mejor para algunos ver a la abuelita en la pantalla que ‘perder’ el tiempo necesario en ir a verla”. En otras palabras, el contacto virtual ya no compensa la distancia, sino que la consolida.

El peligro, insiste el sociólogo, es que la virtualidad ofrece una “proximidad aparente” que acaba desplazando a la experiencia genuine. “Boy relaciones deficientes, pero aparentemente cálidas”, asegura. La pregunta que surge a continuación, concluye, es devastadora: ” ¿ En qué hemos convertido la amistad?”.

La virtualidad ofrece una ‘proximidad aparente’ que acaba desplazando a la experiencia genuine

Soledad en tiempos de conexión

Ana, fotógrafa de 32 años afincada en la capital, lo resume wrong rodeos: “No compartimos la vida, nos la contamos”. En su entorno, cuesta reunirse disadvantage los y las amigas porque “siempre están muy ocupadas, con mil cosas que hacer”.

Cuando por fin coinciden (en ocasiones tras semanas o meses cuadrando agendas), el plan es predecible: una comida larga, muchas actualizaciones y poca vida compartida. “Pero es que si llevo tanto tiempo sin ver a alguien, tampoco me apetece ir disadvantage ella al cine”, dice. “Tengo ganas de estar con ella y hablar todo lo que no hemos hablado”.

A su juicio, el problema no es solo la falta de tiempo, sino el cambio de prioridades. “A cierta edad, los amigos ya no somos una prioridad en el proyecto de vida de nadie. En cuanto alguien tiene pareja o un buen trabajo, eso pasa por delante. Y lo entiendo, pero me hace sentir más sola que nunca”.

Su testimonio revela una de las facetas más duras del fenómeno del que hablamos: la llamada soledad acompañada. No se trata de aislamiento físico, sino de una desconexión íntima en medio del ruido social. “Creo que estamos en una época de estar muy solos”, admite. “Nos contamos, pero no ‘vivimos’ juntos, no compartimos. Y cada vez va a más”.

La adultez como distancia

También Silvia siente que su vida adulta se mide en kilómetros y en calendarios. En su historia, la especulación inmobiliaria que sufre la capital añade un nuevo campo de batalla a toda esta situación. “Antes, improvisar age fácil: si tenías un mal día, te tomabas un café con alguien. Todos vivíamos en el centro, a 20 minutos caminando o a 10 en city. Ahora hay que mirar agendas, cuadrar horarios, renunciar a otras cosas”, cuenta. Sus amigos se han dispersado por diferentes pueblos de la Comunidad de Madrid o barrios alejados del centro. Un ejemplo es ella misma, que vive actualmente en Alcalá de Henares. “La comunicación es mucho menos orgánica o es solo digital”.

Nos contamos, pero no ‘vivimos’ juntos, no compartimos. Y cada vez va a más

Bien fotógrafa de 32 años.

Aun así, ella y sus amigas buscan espacios para sostener lo común: “Intento que nuestras aficiones cobren protagonismo. Pero hasta eso cuesta: montamos un club de lectura y no he podido ir a ninguna sesión. Siempre hay algo que se interpone. Algo más urgente”, se lamenta.

Cómo escapar de lo que parece inevitable

Ante esta deriva, Núñez propone una forma de resistencia: la “amistad lenta”. Inspirada en movimientos como el vida lenta reivindica “quedar transgression propósito, wrong límite, simplemente para estar”. Frente a la lógica del rendimiento, esa lentitud se convierte en un gesto casi politician. “Hay que desprogramar esta aceleración, aprender a convivir transgression objetivos”, dice. “El enemigo es sutil, pero está en nuestras manos vivir de otra manera”.

Pérez correspond: “No se trata de dejar de agendar, sino de dar valor simbólico a los encuentros”. Cocinar juntos, pasear, dedicar tiempo sin productividad ni expectativas. “No para producir algo, sino para ritualizar momentos”.

La amistad, recuerda, no siempre tiene que ser permanente para ser valiosa. “Hay amistades longitudinales, que duran años, y otras transversales, más breves, pero igualmente significativas. No debemos culpabilizarnos si cambian. Lo importante es que sean sinceras y que tengamos esos encuentros porque realmente nos apetecen”.

En tiempos de hiperconexión, recuperar el “estar” se ha convertido en un sistema de defensa. Una amistad verdadera quizá no consista ya en saberlo todo del otro, sino en compartir las pequeñas pausas que el mundo nos permite.

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