En política, como en la vida, las relaciones estables no acaban de la noche a la mañana. Las inestables, sí. Lo que existía entre Junts y el PSOE nunca fue un compromiso sincero, sino pura conveniencia. Una UTE (Unión Temporal de Empresas) de esas que se juntan para hacer las grandes construcciones de obra pública por pura conveniencia para obtener un beneficio. En ocasiones, había gestos de acercamiento y en ocasiones, de distanciamiento. Igual que en esas parejas cuyo nexo está lleno de sobresaltos, el vínculo entre junteros y socialistas siempre tuvo más turbulencias que armonía. Tú me prestas tus 7 diputados y yo te concedo la amnistía. Lo demás, ya lo saben: un tira y afloja primero con las lenguas oficiales, luego con las competencias en inmigración y ahora con la multirreincidencia o la okupación, siempre con la infrafinanciación de música de fondo.
El caso es que Carles Puigdemont -que para algo es el jefe supremo- ha decidido, con el aval unánime de la dirección de su partido, poner fin a la convivencia nunca pacífica con los de Sánchez y cortar por lo sano. Ni negociaciones en Suiza -19 reuniones en 22 meses- ni tampoco en el Congreso. El ex molt honorable anuncia solemnemente que pasa a la oposición, como si alguna vez hubiera sido Gobierno, pero advierte que votará a favor en el Parlamento solo de las iniciativas que le convengan. Es decir, lo que ha hecho siempre, ya que los junteros nunca fueron socios estables y mucho menos leales. De hecho, han votado con el bloque de la derecha en contra del impuesto a las eléctricas, la reducción de la jornada laboral o el tope a los alquileres. Siempre insistieron, además, en que nunca cerraron un acuerdo de legislatura, sino para la investidura de Sánchez. Así que, pese a la escenificación de lo que llaman ruptura para conquistar los titulares del día, no parece que vaya a haber grandes cambios en el horizonte cercano, más allá de que la falta de apoyos parlamentarios del Gobierno será desde ahora más evidente y ruidosa.















