Carmen dejó de trabajar fuera de casa cuando sus hijos mellizos nacieron, a finales de los años ochenta. Se dedicó a tiempo completo a la crianza y a trabajar en casa. Sus hijos pasan ya de largo la treintena; viven con sus parejas y uno de ellos está esperando un bebé. Pero ella, a sus sesenta años, cuenta que todavía no ha superado que se marcharan: “Y mira que hace ya casi veinte años que se fueron a estudiar a otra ciudad, pero todavía los echo de menos”. Mantuvo sus habitaciones “intactas, tal y como las dejaron”, y les invita a comer cada domingo. “Más que invitarnos, nos exige que vayamos”, dice medio en broma, medio en serio Yaiza, una de sus hijas.
“Al principio sentí mucha soledad y mucha pena al ver que se marchaban y que no les vería cada día, tenía demasiado tiempo libre”, recuerda Carmen. Le costó acostumbrarse a una rutina donde las necesidades de sus “niños” ya no estaban en el centro: “Me encontré con que los días eran larguísimos y yo no había hecho otra cosa más que cuidarles durante mucho tiempo, así que no tenía otras aficiones, ni apenas amigas con las que salir”. El paso del tiempo y la jubilación de su pareja han ido dando paso a otras rutinas: “Estoy más tranquila, pero les sigo echando de menos”, insiste.
Bárbara sí tenía otras aficiones cuando tenía niños pequeños: leía, hacía ejercicio y salía con sus amigas, “en los pocos ratos que tenía libres”, recuerda. Ahora, sus hijos de 17 y 15 años han empezado a hacer sus propios planes con amigos, “y eso lleva una adaptación”, reconoce su madre. “Me encuentro con que empiezo a tener mucho más tiempo para mí, para estar con mi pareja o con mis amigas, y está siendo un viajazo. Por un lado me encanta ir recuperando espacios pero por otro echo un poco de menos el jaleo de tener a los niños en casa todo el día”, asegura.
Es una etiqueta que se utiliza para denominar los sentimientos de soledad, vacío o tristeza que pueden experimentar padres y madres cuando sus hijos se marchan de casa
El ‘síndrome del nido vacío’ es una etiqueta que se utiliza para denominar los sentimientos de soledad, vacío o tristeza que pueden experimentar padres y madres cuando sus hijos se marchan de casa, o bien cuando son mayores y pasan menos tiempo con ellos. No es un diagnóstico clínico como tal, ni existen apenas artículos científicos que lo aborden; es una expresión que pertenece al imaginario colectivo. Algunos profesionales cuestionan su existencia, asegurando que se trata simplemente de una etapa vital.
“No se considera un diagnóstico clínico formal, sino una crisis vital dentro de las etapas del desarrollo por la que pasan los seres humanos, como puede ser el nacimiento de los hijos”, asegura Iliana París, psicóloga perinatal en el Instituto de Salud Mental Perinatal. Y añade: “Lo que se espera es que la crisis se supere y deje como consecuencia un crecimiento en la personalidad del individuo”.
La Doctora María Velasco, psiquiatra especialista en mujer, coincide en que se trata de una etapa vital, y rechaza que se le llame síndrome: “Hay una etapa en la vida de las mujeres que son madres en la que tienen que hacer el duelo porque se ha terminado la convivencia y la crianza de sus hijos. Es una etapa más o menos difícil, dependiendo de cómo cada mujer haya organizado su vida. Pero ponerle el nombre de síndrome patologiza o psiquiatriza una etapa esperable de reelaboración”, aclara la psiquiatra.
Hay una etapa en la vida de las mujeres que son madres en la que tienen que hacer el duelo porque se ha terminado la convivencia y la crianza de sus hijos
Dra María Velasco
— psiquiatra especialista en mujer
Para ella, esta situación tiene una clara lectura de género en parejas heterosexuales: “El llamado síndrome del nido vacío es una gran expresión de los mandatos al género: son las mujeres quienes en general se encargan de los cuidados y quienes tienen que atravesar este duelo. El hombre tiene una crisis parecida, pero cuando se jubila, ya que, en general, y según los mandatos de género, el varón emplea más su vida en el trabajo fuera de casa”, asegura Velasco.
La psicóloga Iliana París introduce más factores en el análisis: “Como con cualquier otra transición compleja por la que puede pasar una persona, debemos hacer una lectura multifactorial, porque no a todas las personas les afecta de la misma manera. Para empezar, es un fenómeno muy marcado por las normas culturales, por tanto, es indudable que está atravesado por los roles de género, pero también por las dinámicas familiares individuales”.
La lectura, dice la psicóloga, también debe tener en cuenta otros matices: “Cuando una mujer se ha realizado a nivel personal a partir de la identificación con la identidad materna, el vacío que siente cuando los hijos se marchan puede vivirse como una crisis de identidad. En cambio, algunos estudios han mostrado que cuando las madres han mantenido intereses y consiguen satisfacción en su quehacer profesional, sus relaciones sociales o sus aficiones y proyectos personales, pese a conectar con sentimientos de añoranza, pena o tristeza, también conectan con sentimientos de alivio y con una alegría renovada al sentir que tienen más tiempo disponible para ellas mismas”.
Cuando una mujer se ha realizado a nivel personal a partir de la identificación con la identidad materna, el vacío que siente cuando los hijos se marchan puede vivirse como una crisis de identidad
Iliana París
— psicóloga perinatal en el Instituto de Salud Mental Perinatal
Otro elemento a tener en cuenta es la relación de pareja, si la hay: “Si la pareja ha cuidado del vínculo y ha mantenido una intimidad afectiva durante la crianza de los hijos, que estos se marchen de casa se puede vivir como una oportunidad para reconectar de una manera más amplia, puesto que vuelven a reencontrarse como dupla en lo cotidiano. En el caso de las madres solteras, algunos estudios han mostrado que, junto a los sentimientos de tristeza y soledad, las madres sienten que tendrán, finalmente, la oportunidad de descansar y ocuparse de asuntos postergados”, asegura Iliana París.
Algunas pautas para llevarlo mejor
Las expertas coinciden en la necesidad de reorganizar las prioridades e ir adaptándose a la evolución de los hijos e hijas a lo largo de las diferentes etapas de la crianza. “Es muy importante poder desarrollarnos de manera global. Aunque durante unos años de nuestra vida prioricemos los cuidados de nuestros hijos y tengamos que dejar en segundo término aficiones, amistades e intereses, debemos intentar retomarlos cuando nuestros hijos crecen y nos van necesitando de una manera distinta”, asegura la psiquiatra María Velasco.
La psicóloga Iliana París apunta varios elementos clave en esta etapa: aceptación, tiempo y red de apoyo. “Por un lado, hay que reconocer y validar el propio malestar, incluso los sentimientos ambivalentes al respecto. Por otro lado, hay que darse tiempo para adaptarse a los cambios, como con cualquier cambio significativo en la vida. Ayuda mucho establecer nuevos objetivos personales, recuperar aficiones o intereses a los que no se les podía dar demasiado espacio durante la etapa de crianza, o descubrir nuevos”, explica. “Se sabe que la red de soporte familiar y de amistades es muy importante en esta etapa, y no tenerlos supone una cierta vulnerabilidad que nos pone en un lugar de riesgo”. Si todo esto no funciona y el malestar se mantiene en el tiempo, París recomienda buscar ayuda profesional.
Siempre he intentado buscar huecos para mí, para no desconectarme de todo de las cosas que me gustan, y ahora estoy ampliando esos ratos de independencia
Bárbara
— madre de dos adolescentes
En un artículo publicado en este mismo medio hace dos años, Ibone Olza, psiquiatra infantil, confundadora de El Parto es Nuestro y del Instituto de Salud Mental Perinatal, explicaba su propio proceso: “Ser madre de hijos adultos tiene su cosa y su gracia. Sobre todo, se trata de soltar, un soltar que a veces es saltar, y tienes que pensar que el paracaídas, lo que de verdad protege, son todos esos años que pasaste criando y que ahora te cuesta creer que hayan terminado”, contaba. Y ponía en duda también el propio término: “Lo del ‘nido vacío’ suele tener una connotación negativa, nos hace pensar en madres abnegadas que, cuando sus hijos se independizan, se deprimen porque ya no tienen a quien cuidar ni casi otros intereses ni ocupaciones propias. Más aún cuando se califica de síndrome, palabra que también añade un matiz de negatividad a muchos procesos relativamente normales”, denunciaba Olza.
Bárbara, la madre de dos adolescentes, está intentando adaptarse a la nueva etapa, que en su caso todavía es incipiente. “Siempre he intentado buscar huecos para mí, para no desconectarme de todo de las cosas que me gustan, y ahora estoy ampliando esos ratos de independencia. Por ejemplo, puedo viajar más, y también hago deporte más días que en los últimos años o salgo a cenar con mi pareja más habitualmente. Pero nunca pierdo de vista que mis hijos todavía no son adultos; y aunque no lo digan, porque son adolescentes y reniegan un poco de nosotras, siguen necesitando que estemos presentes en su vida y disponibles cuando tienen problemas”, asegura.